La tecnología ha evolucionado a un ritmo frenético en los últimos tiempos, y no hace amago de detenerse. Adaptarse a los nuevos avances se antoja imprescindible
Hoy en día, vivimos en una sociedad en la que la tecnología nos envuelve y rodea en todos los momentos de nuestra vida. Desde que nos levantamos hacemos uso de una serie de productos y servicios inimaginables hace solamente unos pocos años; y, en muchos casos, ni tan siquiera soñados por los más afamados escritores de ciencia-ficción del siglo pasado. Hacer uso de un simple procesador de textos –tal y como los conocemos hoy en día- fue absolutamente una utopía hasta 1973.
La tecnología ha revolucionado desde los procesos creativos hasta la manera de gestionar una empresa
Basta con echar un vistazo a nuestra oficina para darse cuenta de como ha cambiado nuestra manera de trabajar en unos pocos años.
Por otro lado, todos estos ingenios se están convirtiendo, más allá de un accesorio, en una extensión de nosotros mismos. Probablemente, dejen de ser meras interfaces con el mundo digital para convertirnos, en un futuro cercano, en una simbiosis máquina-humano.
¿Afeitaremos nuestras cabezas en 10 años para convertirnos en ciborgs conectados a un nuevo mundo o la evolución nos dejará calvos antes?
¿Cómo ha cambiado la tecnología?
Un pendrive o una tarjeta de memoria, esos instrumentos que manejamos con cotidianeidad para gestionar nuestros archivos, son el pan de cada día. Podemos tener en un espacio ínfimo, que apenas abarca unos cm2 de nuestra mano, el equivalente a bibliotecas enteras. Los Millennials, la generación nacida a finales del siglo pasado y principios de éste, es lo que ha conocido desde la cuna, pero los más mayores –que no viejos, ni mucho menos- parecen haber olvidado algunos dispositivos que amenizaron su infancia y juventud.
¿Un ejemplo? Un simple reproductor portátil de cassettes, que supuso una revolución en los 80 por dar la posibilidad de llevar la música a donde se quisiera, y que estuvo vigente durante lustros.
Centrándonos en el soporte, analógico en este caso, las pistas eran almacenadas en cintas magnéticas. Su capacidad máxima, aproximadamente, era de entre hora y media o dos horas de música. En 2017, un aparato de mucho menor tamaño, como un reproductor de mp3 o un teléfono móvil, deja en ridículo aquellas cifras. Como muestra en, más o menos, apenas 16 Gb de almacenamiento se pueden guardar unas 12.000 horas de música. La equivalencia corresponde a más de 3.000 canciones.
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Otro caso válido, y que deja patente el avance, fue la llegada de los ordenadores personales a nuestras casas. Del mítico ZX Spectrum de Sinclair, cuya configuración original contaba con 8 bits, un procesador que corría a 3,5mhz y una RAM que alcanzaba, en su versión más equipada, los 16kb; hemos pasado a ordenadores que multiplican miles de veces su rendimiento, siguiendo a pies juntillas la constante de la Ley de Moore.
Incluso las táblets y smartphones que manejamos ya superan a las aparatosas torres de los ordenadores de sobremesa de hace 10 años.
Fijándonos en el soporte de almacenamiento que usaban ambos aparatos, las cintas magnéticas, es notorio el incremento desmesurado que se ha producido en la capacidad de almacenamiento, propiciada por el advenimiento de los formatos digitales. Todo ello se completa y amplifica gracias a la herramienta que ha cambiado el mundo en cientos de aspectos: Internet. De ella deriva el almacenamiento en la nube que es, prácticamente, infinito y, sobre todo, seguro.
Esta utilidad es especialmente importante en el sector empresarial. Mantener accesible, ordenada y a salvo la información es crucial. En este sentido, la unidad Cloud del Grupo Garatu ofrece multitud de servicios destinados a procesar datos. Entre ellos, se encuentra la creación de copias de seguridad (o backups) en la nube para velar por la seguridad de estos documentos sensibles.
¿Qué podemos esperar del futuro?
Respecto al futuro a corto y medio plazo, podemos jugar a ser aprendices de Julio Verne, aunque hay algunas apuestas que, a todas luces, serán prácticamente seguras basándonos en el desarrollo natural de la tecnología actual. Algunas de ellas, menos fantasiosas pero igual de útiles, ya están aquí. Cuestiones como la comunicación M2M, el Internet de las cosas (IoT) o la cadena de bloques -más conocida como blockchain– son algunas de ellas.
Los expertos aseguran que uno de los próximos avances será la revolución de los implantes, aunque no necesariamente biónicos: el contenido de nuestra cartera, reducido a un grano de arroz que siempre llevaremos en el brazo. Documento de identidad, capacidad de pagar con una simple lectura del microchip, conexión con otros gadgets que podrán monitorizar nuestra actividad, etc. Irónicamente, también este tipo de tecnología podría significar el fin de otra que se ha convertido en una extensión del propio cuerpo: los smartphones. Y son ya una extensión porque, ¿quién no ha sentido esa ansiedad al dejarse el teléfono en casa o quedar sin batería?
Igualmente, el futuro parece pasar por el fin de las pantallas, mediante artilugios de realidad aumentada; incluso hay quien habla de conexiones directas a nuestros cerebros. La realidad virtual ya es una realidad –valga la redundancia- no necesitando más que nuestro smartphone, y sus derroteros pueden ir por el mismo camino, el de los implantes. Gracias a ellos nuestros ojos se convertirán en los monitores para un inmersión total.
Y no sólo utilizar la lógica de las matemáticas con las que llevan a cabo sus operaciones
El llamado machine learning permitirá a los ordenadores dar soluciones basándose en diferentes factores, como si de una mente humana se tratase. Ello puede ser muy útil de cara a los negocios, donde una máquina con esta capacidad valorará los pros y contras, con sus debidos argumentos, de posibles decisiones corporativas.
¿Y si nos quedamos atrás?
Tanto para usuarios, como para empresas, el no subirse al carro tecnológico puede tener consecuencias de mayor o menor gravedad. Nadie se salva.
Quizá quedar aislado social, económica y laboralmente, en el primer caso; o que, en resumen, un proyecto no llegue a buen puerto –o que ni llegue a despegar- en el segundo.
Centrándonos en este último, en el caso empresarial, algunos de los puntos a los que se puede exponer una compañía serían los siguientes:
–Desperdicio de oportunidades: De por sí no suelen abundar, pero perderlas por no disponer de los adecuados soportes tecnológicos puede suponer que una empresa se quede en una más, en vez de dar el gran salto.
–Ser poco competitivos: En un mundo global –e hiperconectado- existe la libre competencia y como añadido, la igualdad de oportunidades. Además de tener ese je ne sais quoi, un negocio tiene que disponer, cómo mínimo, de los mismos recursos que la competencia. No ya para aventajarles, sino para poder rivalizar, al menos, en una relativa igualdad. De lo contrario, estamos obsoletos antes de comenzar.
–La eficiencia, una virtud a desarrollar: Ser eficaz en el menor tiempo posible = eficiente. Es una característica que aporta calidad a nuestros bienes y servicios. La tecnología se configura como una potente aliada.
–Posible pérdida de datos: Hacer un uso adecuado de los medios de almacenamiento se postula como imprescindible para tener toda la información de la empresa ordenada, al día y sin peligro de pérdida irremediable. Las copias de seguridad son un seguro de vida.
Se impone el uso de sistemas de gestión de flujos, control de tareas, reuniones virtuales, herramientas colaborativas, etc. El Cloud Computing ha dejado de ser una opción.
Como conclusión
Hay que saber adaptarse a los tiempos que corren. Es cómodo continuar con la manera de hacer las cosas a la que estamos acostumbrados hasta ahora pero, más pronto que tarde, que esa forma va a dejar de ser efectiva. No podemos aferrarnos a procesos anticuados; hay que avanzar, salir de la zona de confort, y utilizar las ventajas que los avances tecnológicos –actuales y futuros- ponen en nuestras manos.
Pueden ser unas tareas que le den vértigo a algunos pero, por suerte, no tienen por qué hacerlo solos. Existe una serie de empresas que pueden cubrir tecnológicamente las espaldas en todo sus proyectos; empresas como el Grupo Garatu que, a través de sus distintas divisiones, pueden ofrecer diversas soluciones tecnológicas a cualquier necesidad empresarial. Y no se quedan en el presente: crecen, evolucionan, se adaptan a lo venidero porque -podemos hacer conjeturas- pero, ¿quién sabe -con certeza- qué nuevas necesidades tecnológicas podrá tener una empresa en los próximos diez años?
Pronto lo descubriremos.